Todas las personas nos enfrentamos a un mundo en cierto modo desbocado, en el que pasan demasiadas cosas a la vez. Un mundo que parece demandarnos de modo permanente acción sin casi tiempo para la reflexión, un mundo en el que la realidad aparenta ir más rápida que los propios pensamientos. Todo ello nos exige un esfuerzo adicional de atención, dedicación y como no podía ser de otra manera, de colaboración. Necesitamos, por ello, otorgarnos tiempo, pero un tiempo de auténtico valor y calidad en el que el ruido exterior e interior se atenúe. Un tiempo que nos de serenidad para poder reflexionar, tiempo para compartir con otros de los que aprender, y tiempo para decidir la acción porque como nos dice el poeta, solo “se hace camino al andar”. Necesitamos, en definitiva, tiempo para un encuentro con nosotros mismos si queremos convertirnos en nuestra mejor versión, necesitamos recuperar el equilibrio interior, pero ese equilibrio ha de ser activo y fecundo para que facilite también un encuentro con los demás, porque también un viejo dicho africano nos enseña que “una persona solo es una persona a través de otras personas”.
